La Primera vez.
Estaba decidido.
Nos veríamos más pronto que tarde.
La distancia nos había acercado sin darnos cuenta.
Los preámbulos habían caducado y sentía unas ganas terribles de tocarte, de escucharte cerca.
De sentir ese calor que me recorre por dentro cuando estoy lleno de pasión.
Sólo tenía que cerrar los ojos e imaginarte para que esta sensación me recorriera.
El deseo me cegaba y yo me abandonaba a su voluntad.
Cerraba los ojos una y otra vez para sentir como ese placer recorría mi cuerpo.
Sentía adicción de ese impulso.
Me estremecía por dentro y, aún, no nos habíamos encontrado.
Llegó el momento. Apareciste. Eran la hora y el lugar.
Intentando disimular tanto alboroto, me acerqué a ti con una sonrisa en la cara.
El saludo se truncó y nos quedamos quietos.
El beso se me salía por los ojos hasta que pude tocarte.
Mi mano fue hacia tu cara y mi boca se calmó en la tuya.
Nuestras lenguas no paraban quietas y el deseo se disparó contra aquella pared.
Sin decir palabra, nos recorrimos enteros. El pudor no existía.
Las manos acariciaban sin cesar hasta que los dedos llegaban allí donde se los necesitaba.
No podíamos estar de pie. La gravedad nos vencía.
Mis dedos se deslizaron dentro de tus braguitas ya mojadas. Resbalaban y se hundían en tu coño.
Una y otra vez entraban y salían. Una y otra vez la desesperación te volvía loca.
No dejabas de moverte. No querías que saliera y me ibas a buscar para traerme de nuevo.
Con el vaivén justo y la falda remangada, te tire las bragas al suelo.
Entre gemidos desabrochas mi pantalón hinchado por el placer. Y no puedes más que devorarme.
Con la lengua me recorres. En tu boca me pierdo y vuelvo a aparecer. Una y otra vez...
Hasta que te levanto con rapidez. Te pongo cara a la pared. Te separo las piernas.
Con el culito, ligeramente levantado, Te penetro.
Mi pene corre loco y golpea sin cesar tu interior. No quieres que pare.
Con tus brazos extendidos hacia la pared, el golpeteo se hace más intenso, más rápido, más fuerte.
El silencio se rompe.
Los susurros son ya gemidos hasta que terminamos gritando de placer.
Agarrado a tu cadera, Me quedo pegado.
Sin movernos, nos escuchamos. Nos sentimos.
Tirado sobre tu espalda, entre risas, te beso una y otra vez.
Nos veríamos más pronto que tarde.
La distancia nos había acercado sin darnos cuenta.
Los preámbulos habían caducado y sentía unas ganas terribles de tocarte, de escucharte cerca.
De sentir ese calor que me recorre por dentro cuando estoy lleno de pasión.
Sólo tenía que cerrar los ojos e imaginarte para que esta sensación me recorriera.
El deseo me cegaba y yo me abandonaba a su voluntad.
Cerraba los ojos una y otra vez para sentir como ese placer recorría mi cuerpo.
Sentía adicción de ese impulso.
Me estremecía por dentro y, aún, no nos habíamos encontrado.
Llegó el momento. Apareciste. Eran la hora y el lugar.
Intentando disimular tanto alboroto, me acerqué a ti con una sonrisa en la cara.
El saludo se truncó y nos quedamos quietos.
El beso se me salía por los ojos hasta que pude tocarte.
Mi mano fue hacia tu cara y mi boca se calmó en la tuya.
Nuestras lenguas no paraban quietas y el deseo se disparó contra aquella pared.
Sin decir palabra, nos recorrimos enteros. El pudor no existía.
Las manos acariciaban sin cesar hasta que los dedos llegaban allí donde se los necesitaba.
No podíamos estar de pie. La gravedad nos vencía.
Mis dedos se deslizaron dentro de tus braguitas ya mojadas. Resbalaban y se hundían en tu coño.
Una y otra vez entraban y salían. Una y otra vez la desesperación te volvía loca.
No dejabas de moverte. No querías que saliera y me ibas a buscar para traerme de nuevo.
Con el vaivén justo y la falda remangada, te tire las bragas al suelo.
Entre gemidos desabrochas mi pantalón hinchado por el placer. Y no puedes más que devorarme.
Con la lengua me recorres. En tu boca me pierdo y vuelvo a aparecer. Una y otra vez...
Hasta que te levanto con rapidez. Te pongo cara a la pared. Te separo las piernas.
Con el culito, ligeramente levantado, Te penetro.
Mi pene corre loco y golpea sin cesar tu interior. No quieres que pare.
Con tus brazos extendidos hacia la pared, el golpeteo se hace más intenso, más rápido, más fuerte.
El silencio se rompe.
Los susurros son ya gemidos hasta que terminamos gritando de placer.
Agarrado a tu cadera, Me quedo pegado.
Sin movernos, nos escuchamos. Nos sentimos.
Tirado sobre tu espalda, entre risas, te beso una y otra vez.
7 years ago