El poder (I). por Rota
Sucedió hace unos años, cuando apenas había cumplido los 16, que estaba viendo un programa de televisión de variedades donde entrevistaban a una persona que decía tener el poder de mover objetos con la mente. El tema me resultó curioso, pero no le di demasiada importancia en ese momento.
Sin embargo, al acostarme esa noche no podía dejar de preguntarme si aquello era cierto, y quiénes podían tener ese poder. El entrevistado había manifestado que se trataba “simplemente” de utilizar una parte de nuestro cerebro que la inmensa mayoría de la gente no explotaba.
Los siguientes días, mi intriga fue en aumento, y la curiosidad hizo que tomara una decisión: si se trataba de algo que podía estar en mi cerebro, iba a tratar de aprender a utilizarlo. Así fue, y durante varias noches, cuando mis dos hermanas mayores y mis padres dormían, en la penumbra de mi habitación me concentré en un cenicero que tenía sobre el escritorio, tratando de moverlo con mi mente.
Al quinto día, estando totalmente concentrado, sentí como una explosión de luz en mi interior, y puede ver como estando a dos metros del escritorio, el cenicero se movía sin control, hasta llegar al borde de la mesa y caer al suelo. Me quede helado. Probé con la lámpara de sobremesa, y ésta se movió sin esfuerzo. Después de varios experimentos fui consciente de que sin apenas ningún esfuerzo era capaz de “tocar” a distancia mediante mi mente cualquier objeto, pudiendo regular la fuerza, apretarlo, empujarlo, o cualquier otra cosa.
Por un instante tuve ganas de despertar a toda mi familia para explicarlo, pero por suerte no lo hice. Esa noche me dormí muy tarde, con ganas de que fuera el nuevo día para seguir experimentando.
Al día siguiente era sábado, y mis padres y mi hermana Inés se marcharon a la casa de la playa, dejándonos solos en la ciudad a mi hermana Carla y a mi.
Carla tenía dieciocho años, y era la hermana con la que me llevaba mejor de las dos. Aunque al ser mayor que yo salía con un grupo de chicos mayores, de vez en cuando iba con ellos, y entonces siempre me sentía halagado por sus amigos, que a través mío intentaban “hacer puntos” para ligarse a Carla. No era para menos. A su simpatía natural, añadía un cuerpo muy bien hecho, todo proporcionado. Medía 1’67 centímetros, era rubia, con los ojos azules, grandes, un cutis blanco, suave, unos pechos ligeramente pequeños, y una forma de vestir que sin ser provocativa, la hacía ser muy sexi. Ella, sin embargo, a sus dieciocho años no había pasado de algún beso con magreo con alguno de los chicos del grupo. Nada extraño por otra parte, ya que yo a mis dieciséis no había pasado de algunos escarceos infantiles, e incluso mi hermana Inés, con 20 años, no tenía claro qué experiencia tenía. Nuestra educación sexual había sido bastante rígida.
Como decía, ese sábado nos quedamos solos en casa Carla y yo, los dos con el teórico propósito de estudiar. Yo me pase todo el día jugando con mi nuevo poder, a escondidas de Carla, y ella encerrada en su habitación estudiando.
Por la noche, después de cenar, los dos decidimos darnos un descanso y sentados cómodamente en el sofá, nos pusimos a ver una película en la televisión.
Al cabo de un rato, en la película, típica historia policial, los protagonistas estaban en una habitación de hotel, donde se sucedía una escena de sexo, tampoco muy cargante. Entonces vino a mi mente, de golpe, la posible utilización de mi poder en el campo sexual. Solo pensarlo noté como empezaba a tener una erección. Por mi poca experiencia sexual, me mataba a masturbarme con revistas porno, y ahora podía tener la posibilidad de experimentar algo real.
Sin poder esperar al día siguiente para comprobar mis teorías, mire de reojo a Carla que estaba tumbada en el sofá, a mi derecha. Llevaba una camiseta blanca, que marcaba sus pechos y dejaba ver que no llevaba sostenes, y una falda larga de algodón. Sin saber muy bien como empezar, con mucha suavidad, acaricié con mi mente su mejilla. De reojo pude ver como ella se llevaba la mano al lugar donde le había acariciado. Sin duda lo había notado. Entonces, muy suavemente para que no se asustara, presioné el contorno de sus pechos. Pude ver que lo había sentido, ya que reaccionó con un pequeño movimiento de su cuerpo. Mi erección estaba a tope, pero no me interesaba que Carla lo notara, ni que pudiera relacionar esas sensaciones que sentía conmigo, así que traté de disimular lo máximo.
Animado por los resultados, ya que no sólo ella sentía mis contactos, sino que yo mismo los sentía como si fueran mis manos, me atreví a cogerle suavemente los pezones por encima de la camiseta. Primero muy suavemente, y poco a poco aumentando la presión, y moviendo “mis dedos mentales” a su alrededor.
Fui consciente de que Carla se asustó un poco, aunque disimuló su cara de sorpresa. Ella no sabía por qué sentía esas sensaciones, pero le gustaban, eso era seguro. Su boca, antes cerrada, estaba ahora entreabierta, y en sus ojos había una mirada especial.
Durante un rato, seguí dedicándome a sus pechos, mientras yo hacía como si mirara el televisor, luego mis “manos” bajaron hasta su cintura, y se introdujeron debajo de su ropa, y de nuevo se dedicaron a sus hermosas tetas, sintiendo ahora la suavidad de su piel. Aunque Carla intentaba contenerse, podía oír como se le había acelerado la respiración. Entonces me atreví, y mi “mano mental” bajo hasta su sexo, por debajo de la falda, y se poso encima del mismo, sintiendo su calentura y humedad a través de la braguita. Ella lanzó un contenido gemido, que intentó disimular con una tos falsa, y yo me dediqué a masajearle en ese punto, sin dejar descuidados sus pechos. No me atrevía a bajarle las braguitas, por miedo a que se asustara ante algo “sobrenatural”, así que con mi “mano” entre por un lateral, y abrí sus labios para buscar su clítoris. Lo pude sentir, hinchadito, turgente, y me dediqué a acariciarlo repetidamente. Carla estaba muy excitada, empezaba a sudar, y su sexo chorreaba en mi “mano”. De forma muy lenta, disimulando, empezó a mover sus caderas al ritmo de mis caricias. Vi como cerraba los ojos y apretaba los puños, y entonces todo su cuerpo se tensionó y una ráfaga de electricidad la recorrió mientras experimentaba un orgasmo increíble.
Cuando se recuperó, me miró intentando adivinar si yo me había dado cuenta de lo que había pasado. Yo hice como si me fuera la vida en el argumento de la película. Se levantó, supongo que para ir al lavabo, y al cabo de unos minutos volvía a estar a mi lado, con la cara y el pelo mojados. Supongo que intentando enfriar su ardor.
La experiencia había sido bestial. Había manejado a mi antojo a mi propia hermana, le había hecho alcanzar un orgasmo alucinante, y yo por primera vez era consciente de que estaba loco por follármela.
La sola idea me asustaba. Era mi hermana. Pero yo no había ido tan caliente en mi vida como en ese momento. Tenía que hacer algo.
Esta vez fui más directo. Primero “presione” sobre sus labios, como un dulce beso, y entonces, a la vez, busque sus nalgas, y recorrí su hendidura hasta encontrar su ano. Allí presiones de nuevo. Carla dio un pequeño salto en el sofá, pero esta vez ya sabía donde iba a acabar aquello, y parecía no m*****arle.
Lentamente aumente el masaje en su ano, y simultáneamente separe los labios de su vagina, y la recorrí de arriba abajo, sintiéndola totalmente mojada. De nuevo Carla empezó a suspirar. La presión en su trasero se hizo más acusada, hasta que mi “dedo” entró en su interior, y su cara reflejó una mezcla increíble de dolor y placer. Mi movía dentro de ella, y ella respiraba cada vez más fuerte, a punto de alcanzar otro orgasmo.
Entonces me decidí. Manteniendo el juego en su ano, dejé de utilizar mi mente en su vagina, y acercándome a ella, mi mano real se introdujo debajo de su falda y se posó encima de su sexo, siguiendo con las caricias. Ella me miró sorprendida, asustada, e hizo ademán con sus manos de apartar la mía. Pero entonces aceleré el ritmo de mis tocamientos mentales en su ano. Carla gimió. Vencida. No quería que la tocara, era su hermano, no lo podría soportar, pero a la vez era incapaz de resistirse al placer que estaba sintiendo.
Viendo que había ganado la partida, le levante la falda, y de un golpe rasgue sus braguitas, tirándolas en el suelo del comedor. Me eché encima de ella, y con mi lengua busqué su clítoris, que empecé a lamer con ansiedad. Su sexo no paraba de chorrear. Sus gemidos, ahora ya sin disimulo, eran cada vez más fuertes. Yo ya no podía más. Interrumpí mi lamida, y rápidamente me despoje de mi ropa, al tiempo que le quitaba la camiseta a Carla. Esta quedó ante mi desnuda, con la falda recogida en su cintura. Sus ojos quedaron clavados en mi pene, con una erección terrible.
Lo acerqué a sus labios, y de nuevo vi su cara de sorpresa, pero yo no había dejado de jugar en su trasero, y ella estaba en un estado en el que no podía negarse a nada. Presione con mi pene en sus labios, y estos se abrieron, abrazando mi glande, que enseguida empezó a chupar. Su lengua recorría mi sexo, a la vez que con una mano me masturbaba. Su boca luchaba por tragarse entera mi polla, con un vaivén de su cabeza que hacía que me estuviera follando con la boca. Entonces sentí que me iba a correr. Le agarré la cabeza con las dos manos, presionándola contra mi pene, y entonces exploté. Sentí una cantidad inmensa de semen saliendo de mi polla, estrellándose en el interior de su boca. Pense que ella sentiría asco. Pero todo lo contrario, se tragaba hasta la última gota como una posesa. Y cuando terminó, me lamía el pene buscando hasta el último rastro de la corrida.
Noté que Carla estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Sus caderas se movían cada vez más rápido. Este pensamiento y su lengua hicieron que nuevamente tuviera una terrible erección. Y de nuevo di un paso más. Cogí la falda que tenía en su cintura y se la arranqué. Me tumbe encima suyo, y apoye mi glande en sus húmedos labios vaginales. Quería hacerla sufrir. Quería que fuera ella quién me pidiera que la penetrase. Me mantuve unos segundos quieto, y entonces me lo dijo:
- Ahora, penétrame, ya, no puedo más ....... dios mío, estoy a punto de correrme y quiero sentirte dentro. Hermanito, fóllame!!!
No se lo hice repetir. Empuje de golpe y mi polla notó una leve resistencia, que enseguida se rompió, a la vez que Carla lanzaba un gemido de dolor. Entonces me acordé de que era virgen. Bueno, ya no. La penetré hasta el fondo, mientras en ningún momento había cesado mis juegos mentales en su ano. Con mi “dedo mental” en su ano, sentía a través de la piel mi polla en su coño. Sus jugos se derramaban en el sofá, y su movimiento era cada vez más frenético. Su dolor fue sustituido enseguida por oleadas de placer al sentir toda mi polla en su interior.
- ¡¡¡¡¡Si, hermanito, así, fóllame!!!!! ¡¡¡¡¡Quiero sentir tu leche en mi interior!!!!! ¡¡¡Ahhhh!!!
Aceleré el ritmo sin compasión, golpeando con furia, intentando penetrarla aun más, romper sus paredes, mientras aumentaba el grosor de mis “dedos” en su ano. Era increíble, mi polla estaba al rojo vivo. Estaba follando por primera vez, de forma genial, y con mi propia hermana. Ese pensamiento aumentaba aun más mi placer. Sentir como la dominaba, como era mía, y podía hacer con ella lo que quisiera. Ahora ya sin trucos. Sentir su deseo, pensar en correrme en su interior. ¡¡¡Había desvirgado a mi hermana Carla!!!
Estaba debajo mío moviéndose, gimiendo, gritando de placer.
Y entonces sus ojos se abrieron como platos, y su cuerpo saltó hacia arriba como una palanca, y alcanzó el orgasmo más bestial de su vida. En el punto más álgido, noté cómo subía la leche por mi polla, cómo se me ponía dura hasta extremos increíbles, y derramé mi semen en su interior, a propulsión, alcanzando con ella un orgasmo alucinante.
- ¡¡¡¡¡ Toma hermanita, toma mi leche !!!!! – grité a la vez que me corría.
Acabamos los dos abrazados, exhaustos, con cierto miedo a mirarnos a los ojos. Yo temía su reacción ahora que ya había pasado todo. La miré a los ojos, aguantamos la mirada un momento, y entonces los dos nos echamos a reír. La besé con pasión, y ella respondió mi beso. Los dos supimos que esa noche había sido solo el principio de algo que no se podía desaprovechar. Estuve a punto de contarle mi secreto, de decirle que esas sensaciones misteriosas que había sentido se las había provocado mi mente. Pero me callé. Por ahora, mejor guardar el secreto.
Sin embargo, al acostarme esa noche no podía dejar de preguntarme si aquello era cierto, y quiénes podían tener ese poder. El entrevistado había manifestado que se trataba “simplemente” de utilizar una parte de nuestro cerebro que la inmensa mayoría de la gente no explotaba.
Los siguientes días, mi intriga fue en aumento, y la curiosidad hizo que tomara una decisión: si se trataba de algo que podía estar en mi cerebro, iba a tratar de aprender a utilizarlo. Así fue, y durante varias noches, cuando mis dos hermanas mayores y mis padres dormían, en la penumbra de mi habitación me concentré en un cenicero que tenía sobre el escritorio, tratando de moverlo con mi mente.
Al quinto día, estando totalmente concentrado, sentí como una explosión de luz en mi interior, y puede ver como estando a dos metros del escritorio, el cenicero se movía sin control, hasta llegar al borde de la mesa y caer al suelo. Me quede helado. Probé con la lámpara de sobremesa, y ésta se movió sin esfuerzo. Después de varios experimentos fui consciente de que sin apenas ningún esfuerzo era capaz de “tocar” a distancia mediante mi mente cualquier objeto, pudiendo regular la fuerza, apretarlo, empujarlo, o cualquier otra cosa.
Por un instante tuve ganas de despertar a toda mi familia para explicarlo, pero por suerte no lo hice. Esa noche me dormí muy tarde, con ganas de que fuera el nuevo día para seguir experimentando.
Al día siguiente era sábado, y mis padres y mi hermana Inés se marcharon a la casa de la playa, dejándonos solos en la ciudad a mi hermana Carla y a mi.
Carla tenía dieciocho años, y era la hermana con la que me llevaba mejor de las dos. Aunque al ser mayor que yo salía con un grupo de chicos mayores, de vez en cuando iba con ellos, y entonces siempre me sentía halagado por sus amigos, que a través mío intentaban “hacer puntos” para ligarse a Carla. No era para menos. A su simpatía natural, añadía un cuerpo muy bien hecho, todo proporcionado. Medía 1’67 centímetros, era rubia, con los ojos azules, grandes, un cutis blanco, suave, unos pechos ligeramente pequeños, y una forma de vestir que sin ser provocativa, la hacía ser muy sexi. Ella, sin embargo, a sus dieciocho años no había pasado de algún beso con magreo con alguno de los chicos del grupo. Nada extraño por otra parte, ya que yo a mis dieciséis no había pasado de algunos escarceos infantiles, e incluso mi hermana Inés, con 20 años, no tenía claro qué experiencia tenía. Nuestra educación sexual había sido bastante rígida.
Como decía, ese sábado nos quedamos solos en casa Carla y yo, los dos con el teórico propósito de estudiar. Yo me pase todo el día jugando con mi nuevo poder, a escondidas de Carla, y ella encerrada en su habitación estudiando.
Por la noche, después de cenar, los dos decidimos darnos un descanso y sentados cómodamente en el sofá, nos pusimos a ver una película en la televisión.
Al cabo de un rato, en la película, típica historia policial, los protagonistas estaban en una habitación de hotel, donde se sucedía una escena de sexo, tampoco muy cargante. Entonces vino a mi mente, de golpe, la posible utilización de mi poder en el campo sexual. Solo pensarlo noté como empezaba a tener una erección. Por mi poca experiencia sexual, me mataba a masturbarme con revistas porno, y ahora podía tener la posibilidad de experimentar algo real.
Sin poder esperar al día siguiente para comprobar mis teorías, mire de reojo a Carla que estaba tumbada en el sofá, a mi derecha. Llevaba una camiseta blanca, que marcaba sus pechos y dejaba ver que no llevaba sostenes, y una falda larga de algodón. Sin saber muy bien como empezar, con mucha suavidad, acaricié con mi mente su mejilla. De reojo pude ver como ella se llevaba la mano al lugar donde le había acariciado. Sin duda lo había notado. Entonces, muy suavemente para que no se asustara, presioné el contorno de sus pechos. Pude ver que lo había sentido, ya que reaccionó con un pequeño movimiento de su cuerpo. Mi erección estaba a tope, pero no me interesaba que Carla lo notara, ni que pudiera relacionar esas sensaciones que sentía conmigo, así que traté de disimular lo máximo.
Animado por los resultados, ya que no sólo ella sentía mis contactos, sino que yo mismo los sentía como si fueran mis manos, me atreví a cogerle suavemente los pezones por encima de la camiseta. Primero muy suavemente, y poco a poco aumentando la presión, y moviendo “mis dedos mentales” a su alrededor.
Fui consciente de que Carla se asustó un poco, aunque disimuló su cara de sorpresa. Ella no sabía por qué sentía esas sensaciones, pero le gustaban, eso era seguro. Su boca, antes cerrada, estaba ahora entreabierta, y en sus ojos había una mirada especial.
Durante un rato, seguí dedicándome a sus pechos, mientras yo hacía como si mirara el televisor, luego mis “manos” bajaron hasta su cintura, y se introdujeron debajo de su ropa, y de nuevo se dedicaron a sus hermosas tetas, sintiendo ahora la suavidad de su piel. Aunque Carla intentaba contenerse, podía oír como se le había acelerado la respiración. Entonces me atreví, y mi “mano mental” bajo hasta su sexo, por debajo de la falda, y se poso encima del mismo, sintiendo su calentura y humedad a través de la braguita. Ella lanzó un contenido gemido, que intentó disimular con una tos falsa, y yo me dediqué a masajearle en ese punto, sin dejar descuidados sus pechos. No me atrevía a bajarle las braguitas, por miedo a que se asustara ante algo “sobrenatural”, así que con mi “mano” entre por un lateral, y abrí sus labios para buscar su clítoris. Lo pude sentir, hinchadito, turgente, y me dediqué a acariciarlo repetidamente. Carla estaba muy excitada, empezaba a sudar, y su sexo chorreaba en mi “mano”. De forma muy lenta, disimulando, empezó a mover sus caderas al ritmo de mis caricias. Vi como cerraba los ojos y apretaba los puños, y entonces todo su cuerpo se tensionó y una ráfaga de electricidad la recorrió mientras experimentaba un orgasmo increíble.
Cuando se recuperó, me miró intentando adivinar si yo me había dado cuenta de lo que había pasado. Yo hice como si me fuera la vida en el argumento de la película. Se levantó, supongo que para ir al lavabo, y al cabo de unos minutos volvía a estar a mi lado, con la cara y el pelo mojados. Supongo que intentando enfriar su ardor.
La experiencia había sido bestial. Había manejado a mi antojo a mi propia hermana, le había hecho alcanzar un orgasmo alucinante, y yo por primera vez era consciente de que estaba loco por follármela.
La sola idea me asustaba. Era mi hermana. Pero yo no había ido tan caliente en mi vida como en ese momento. Tenía que hacer algo.
Esta vez fui más directo. Primero “presione” sobre sus labios, como un dulce beso, y entonces, a la vez, busque sus nalgas, y recorrí su hendidura hasta encontrar su ano. Allí presiones de nuevo. Carla dio un pequeño salto en el sofá, pero esta vez ya sabía donde iba a acabar aquello, y parecía no m*****arle.
Lentamente aumente el masaje en su ano, y simultáneamente separe los labios de su vagina, y la recorrí de arriba abajo, sintiéndola totalmente mojada. De nuevo Carla empezó a suspirar. La presión en su trasero se hizo más acusada, hasta que mi “dedo” entró en su interior, y su cara reflejó una mezcla increíble de dolor y placer. Mi movía dentro de ella, y ella respiraba cada vez más fuerte, a punto de alcanzar otro orgasmo.
Entonces me decidí. Manteniendo el juego en su ano, dejé de utilizar mi mente en su vagina, y acercándome a ella, mi mano real se introdujo debajo de su falda y se posó encima de su sexo, siguiendo con las caricias. Ella me miró sorprendida, asustada, e hizo ademán con sus manos de apartar la mía. Pero entonces aceleré el ritmo de mis tocamientos mentales en su ano. Carla gimió. Vencida. No quería que la tocara, era su hermano, no lo podría soportar, pero a la vez era incapaz de resistirse al placer que estaba sintiendo.
Viendo que había ganado la partida, le levante la falda, y de un golpe rasgue sus braguitas, tirándolas en el suelo del comedor. Me eché encima de ella, y con mi lengua busqué su clítoris, que empecé a lamer con ansiedad. Su sexo no paraba de chorrear. Sus gemidos, ahora ya sin disimulo, eran cada vez más fuertes. Yo ya no podía más. Interrumpí mi lamida, y rápidamente me despoje de mi ropa, al tiempo que le quitaba la camiseta a Carla. Esta quedó ante mi desnuda, con la falda recogida en su cintura. Sus ojos quedaron clavados en mi pene, con una erección terrible.
Lo acerqué a sus labios, y de nuevo vi su cara de sorpresa, pero yo no había dejado de jugar en su trasero, y ella estaba en un estado en el que no podía negarse a nada. Presione con mi pene en sus labios, y estos se abrieron, abrazando mi glande, que enseguida empezó a chupar. Su lengua recorría mi sexo, a la vez que con una mano me masturbaba. Su boca luchaba por tragarse entera mi polla, con un vaivén de su cabeza que hacía que me estuviera follando con la boca. Entonces sentí que me iba a correr. Le agarré la cabeza con las dos manos, presionándola contra mi pene, y entonces exploté. Sentí una cantidad inmensa de semen saliendo de mi polla, estrellándose en el interior de su boca. Pense que ella sentiría asco. Pero todo lo contrario, se tragaba hasta la última gota como una posesa. Y cuando terminó, me lamía el pene buscando hasta el último rastro de la corrida.
Noté que Carla estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Sus caderas se movían cada vez más rápido. Este pensamiento y su lengua hicieron que nuevamente tuviera una terrible erección. Y de nuevo di un paso más. Cogí la falda que tenía en su cintura y se la arranqué. Me tumbe encima suyo, y apoye mi glande en sus húmedos labios vaginales. Quería hacerla sufrir. Quería que fuera ella quién me pidiera que la penetrase. Me mantuve unos segundos quieto, y entonces me lo dijo:
- Ahora, penétrame, ya, no puedo más ....... dios mío, estoy a punto de correrme y quiero sentirte dentro. Hermanito, fóllame!!!
No se lo hice repetir. Empuje de golpe y mi polla notó una leve resistencia, que enseguida se rompió, a la vez que Carla lanzaba un gemido de dolor. Entonces me acordé de que era virgen. Bueno, ya no. La penetré hasta el fondo, mientras en ningún momento había cesado mis juegos mentales en su ano. Con mi “dedo mental” en su ano, sentía a través de la piel mi polla en su coño. Sus jugos se derramaban en el sofá, y su movimiento era cada vez más frenético. Su dolor fue sustituido enseguida por oleadas de placer al sentir toda mi polla en su interior.
- ¡¡¡¡¡Si, hermanito, así, fóllame!!!!! ¡¡¡¡¡Quiero sentir tu leche en mi interior!!!!! ¡¡¡Ahhhh!!!
Aceleré el ritmo sin compasión, golpeando con furia, intentando penetrarla aun más, romper sus paredes, mientras aumentaba el grosor de mis “dedos” en su ano. Era increíble, mi polla estaba al rojo vivo. Estaba follando por primera vez, de forma genial, y con mi propia hermana. Ese pensamiento aumentaba aun más mi placer. Sentir como la dominaba, como era mía, y podía hacer con ella lo que quisiera. Ahora ya sin trucos. Sentir su deseo, pensar en correrme en su interior. ¡¡¡Había desvirgado a mi hermana Carla!!!
Estaba debajo mío moviéndose, gimiendo, gritando de placer.
Y entonces sus ojos se abrieron como platos, y su cuerpo saltó hacia arriba como una palanca, y alcanzó el orgasmo más bestial de su vida. En el punto más álgido, noté cómo subía la leche por mi polla, cómo se me ponía dura hasta extremos increíbles, y derramé mi semen en su interior, a propulsión, alcanzando con ella un orgasmo alucinante.
- ¡¡¡¡¡ Toma hermanita, toma mi leche !!!!! – grité a la vez que me corría.
Acabamos los dos abrazados, exhaustos, con cierto miedo a mirarnos a los ojos. Yo temía su reacción ahora que ya había pasado todo. La miré a los ojos, aguantamos la mirada un momento, y entonces los dos nos echamos a reír. La besé con pasión, y ella respondió mi beso. Los dos supimos que esa noche había sido solo el principio de algo que no se podía desaprovechar. Estuve a punto de contarle mi secreto, de decirle que esas sensaciones misteriosas que había sentido se las había provocado mi mente. Pero me callé. Por ahora, mejor guardar el secreto.
13 years ago