CARTAS ERÓTICAS DE JAMES JOYCE A NORA BERNACLE

El 16 de junio, se celebra y se festeja en Irlanda, y en muchas ciudades del mundo el Bloomsday, el día de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises, la novela del irlandés James Joyce, que transcurre en un solo día: 16 de junio. Fecha ésta en que el genial escritor tuvo su primera cita con su futura esposa Nora Barnacle: 16 de junio de 1904. Así quería inmortalizarla, y vaya que si lo logró. El personaje de Molly Bloom está inspirado en Nora y sus palabras reflejan la actitud ama/sumisa que tenía con su marido; en el famoso final del libro ella dice: «Sí, dije sí, lo haré sí» (Yes I Said Yes I Will Yes).

Las cartas fueron escritas en 1909, durante una separación forzosa de la pareja, Jim contaba 27 años y Nora 25, y ya eran padres de sus dos hijos. El intenso erotismo que estas cartas destilan tocan en muchos puntos el límite entre lo insinuado y lo explícito. Y por momentos, sobrepasan el límite entre lo explícito y lo demasiado excesívamente explícito, y hasta pornográfico. El erotismo y la sensualidad de los escritores es el punto en donde mejor se los descubre, y particularmente en éste tipo de correspondencia, donde la mutua necesidad parece obligarlos a la cercanía, dándonos a probar lo más «sucio» (como bien Joyce dice en una de sus cartas) de aquellos cuyo nombre ha quedado enaltecido por su «limpieza» y genialidad a la hora de escribir.

En 2004, otra carta, que se creía destruída, fechada el 1 de diciembre de 1909, descubierta dentro de un libro, fue subastada en Londres, en la famosa casa Sotheby’s, por un valor cercano a las 360.000 libras. La cantidad más alta pagada por una misiva escrita a mano del siglo XX, según informó la casa de subastas. Esa no la he encontrado, pero si estás tres de fechas cercanas posteriores...


2 de diciembre de 1909 – 44 Fontenoy Street, Dublín

Que­rida mía, qui­zás debo comen­zar pidiéndote per­dón por la increí­ble carta que te escribí ano­che. Mien­tras la escri­bía tu carta repo­saba junto a mí, y mis ojos esta­ban fijos, como aún ahora lo están, en cierta pala­bra escrita en ella. Hay algo de obs­ceno y las­civo en el aspecto mismo de las car­tas. Tam­bién su sonido es como el acto mismo, breve, bru­tal, irre­sis­ti­ble y diabólico.

Que­rida, no te ofen­das por lo que escribo. Me agra­de­ces el her­moso nom­bre que te di. ¡Sí, que­rida, “mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos” es un lindo nom­bre! ¡Mi flor azul oscuro, empa­pada por la llu­via! Como ves, tengo toda­vía algo de poeta. Tam­bién te rega­laré un her­moso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y den­tro de este amor espi­ri­tual que siento por ti, hay tam­bién una bes­tia sal­vaje que explora cada parte secreta y ver­gon­zosa de él, cada uno de sus actos y olo­res. Mi amor por ti me per­mite rogar al espí­ritu de la belleza eterna y a la ter­nura que se refleja en tus ojos o derri­barte debajo de mí, sobre tus sua­ves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una puerca, glo­ri­fi­cado en la sin­cera peste que asciende de tu tra­sero, glo­ri­fi­cado en la des­cu­bierta ver­güenza de tu ves­tido vuelto hacia arriba y en tus bra­gas blan­cas de mucha­cha, y en la con­fu­sión de tus meji­llas son­ro­sa­das y tu cabe­llo rojo revuelto.

Esto me per­mite esta­llar en lagri­mas de pie­dad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde o caden­cia musi­cal o acos­tarme con la cabeza en los pies, rabo y coño en nuestras glotonas bocas, cosin­tiendo tus dedos aca­ri­ciar y cos­qui­llear mis tes­tícu­los o sen­tirte fro­tar tu tra­sero con­tra mí y tus labios ardien­tes chu­par mi polla mien­tras mi cabeza se abre paso entre tus rolli­zos mus­los y mis manos atraen la aco­ji­nada curva de tus nal­gas y mi len­gua lame voraz­mente tu sexo rojo y espeso. He pen­sado en ti casi hasta el des­fa­lle­ci­miento al oír mi voz can­tando o mur­mu­rando para tu alma la tris­teza, la pasión y el mis­te­rio de la vida y al mismo tiempo he pen­sado en ti hacién­dome ges­tos sucios con los labios y con la len­gua, pro­vo­cán­dome con rui­dos y cari­cias obs­ce­nas y haciendo delante de mí el más sucio y ver­gon­zoso acto del cuerpo. ¿Te acuer­das del día en que te alzaste la ropa y me dejaste acos­tarme debajo de ti para ver cómo lo hacías? Des­pués que­daste aver­gon­zada hasta para mirarme a los ojos.

¡Eres mía, que­rida, eres mía! Te amo. Todo lo que escribí arriba es un solo momento o dos de bru­tal locura. La última gota de semen ha sido inyec­tada con difi­cul­tad en tu sexo antes que todo ter­mine y mi ver­da­dero amor hacia ti, el amor de mis ver­sos, el amor de mis ojos, por tus extra­ña­mente ten­ta­do­res ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aro­mas. Mi verga esta toda­vía tiesa, caliente y estre­me­cida tras la última, bru­tal enves­tida que te ha dado cuando se oye levan­tarse un himno tenue, de pia­doso y tierno culto en tu honor, desde los oscu­ros claus­tros de mi cora­zón.

Nora, mi fiel que­rida, mi pícara cole­giala de ojos dul­ces, sé mí puta, mí amante, todo lo que quie­ras (¡Mí pequeña pajillera amante! ¡Mí putita folla­dora!) Eres siem­pre mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos, mi flor azul oscuro empa­pada por la lluvia.

JIM

3 de diciembre de 1909 – 44 Fontenoy Street, Dublín

Mi que­rida niñita católica del colegio de monjas: hay alguna estre­lla muy cerca de la tie­rra, pues sigo preso de un ata­que de deseo febril y ani­mal. Hoy a menudo me dete­nía brus­ca­mente en la calle con una excla­ma­ción, siem­pre que pen­saba en las car­tas que te escribí ano­che y ante­no­che. Deben haber pare­cido horri­bles a la fría luz del día. Tal vez te haya des­agra­dado su gro­se­ría. Sé que eres una per­sona mucho más fina que tu extraño amante y, aun­que fuiste tú misma, tú, niñita calen­tona, la que escri­bió pri­mero para decirme que esta­bas impa­ciente por­que te follara, aún así supongo que la sal­vaje sucie­dad y obs­ce­ni­dad de mi res­puesta ha supe­rado todos los lími­tes del recato. Cuando he reci­bido tu carta urgente esta mañana y he visto lo cari­ñosa que eres con tu des­pre­cia­ble Jim, me he sen­tido aver­gon­zado de lo que escribí. Sin embargo, ahora la noche, la secreta y peca­mi­nosa noche, ha caído de nuevo sobre el mundo y vuelvo a estar solo escri­bién­dote, y tu carta vuelve a estar ple­gada delante de mí sobre la mesa. No me pidas que me vaya a la cama, que­rida. Déjame escri­birte, cariño.

Como sabes que­ri­dí­sima, nunca uso pala­bras obs­ce­nas al hablar. Nunca me has oído, ¿ver­dad?, pro­nun­ciar una pala­bra impro­pia delante otras per­so­nas. Cuando los hom­bres de aquí cuen­tan delante de mí his­to­rias sucias o las­ci­vas, ape­nas son­río. Y, sin embargo, tú sabes con­ver­tirme en una bes­tia. Fuiste tú misma, tú, quien me des­li­zaste la mano den­tro de los pan­ta­lo­nes y me apar­taste sua­ve­mente la camisa y me tocaste la pinga con tus lar­gos y cos­qui­llean­tes dedos y poco a poco la cogiste entera, gorda y tiesa como estaba, con la mano y me hiciste una paja des­pa­cio hasta que me vine entre tus dedos, sin dejar de incli­narte sobre mí, ni de mirarme con tus ojos tran­qui­los y de santa. Tam­bién fue­ron tus labios los pri­me­ros que pro­nun­cia­ron una pala­bra obs­cena. Recuerdo muy bien aque­lla noche en la cama, en Pula. Can­sada de yacer debajo de un hom­bre, una noche te ras­gaste el cami­són con vio­len­cia y te subiste encima para cabal­garme des­nuda. Te metiste la polla en el coño y empe­zaste a cabal­garme para arriba y para abajo. Tal vez yo no estu­viera sufi­cien­te­mente empalmado, pues recuerdo que te incli­naste hacia mi cara y mur­mu­raste con ter­nura: “¡Fuck me, dar­ling!”

Nora que­rida, me moría todo el día por hacerte una o dos pre­gun­tas. Permítemelo, cariño, pues yo te he con­tado todo lo que he hecho en mi vida; así, que puedo pre­gun­tarte, a mi vez. No sé si las con­tes­ta­rás. Cuándo esa per­sona cuyo cora­zón deseo vehe­men­te­mente dete­ner con el tiro de un revól­ver te metió la mano o las manos bajo las fal­das, ¿se limitó a hacerte cos­qui­llas por fuera o te metió el dedo o los dedos? Si lo hizo, ¿subie­ron lo sufi­ciente como para tocar ese gallito que tie­nes en el extremo del coño? ¿Te tocó por detrás? ¿Estuvo hacién­dote cos­qui­llas mucho tiempo y te viniste? ¿Te pidió que lo toca­ras y lo hiciste? Si no lo tocaste, ¿se corrió sobre ti y lo sentiste?

Otras pre­gunta, Nora. Sé que fui el pri­mer hom­bre que te folló, pero, ¿te mas­turbó un hom­bre alguna vez? ¿Lo hizo alguna vez aquel mucha­cho que te gus­taba? Dímelo ahora, Nora, res­ponde a la ver­dad con la ver­dad y a la sin­ce­ri­dad con la sin­ce­ri­dad. Cuando esta­bas con él en la oscu­ri­dad de la noche, ¿no des­abro­cha­ron nunca tus dedos sus pan­ta­lo­nes ni se des­li­za­ron den­tro como rato­nes? ¿Le hiciste una paja alguna vez, que­rida, dime la ver­dad, a él o a cual­quier otro? ¿No sen­tiste nunca, nunca, nunca la polla de un hom­bre o de un mucha­cho en tus dedos hasta que me des­abro­chaste el pan­ta­lón a mí? Si no estás ofen­dida, no temas decirme la ver­dad, cariño. Que­rida, esta noche tengo un deseo tan sal­vaje de tu cuerpo que, si estu­vie­ras aquí a mi lado y aún cuando me dije­ras con tus pro­pios labios que la mitad de los pata­nes peli­rro­jos de la región de Gal­way te echa­ron un polvo antes que yo, aún así corre­ría hasta ti muerto de deseo.

Dios Todo­po­de­roso, ¿qué clase de len­guaje es este que estoy escri­biendo a mi orgu­llosa reina de ojos azu­les? ¿Se negará a con­tes­tar a mis gro­se­ras e insul­tan­tes pre­gun­tas? Sé que me arriesgo mucho al escri­bir así, pero, si me ama, sen­tirá que estoy loco de deseo y que debo con­tarle todo.

Cielo, con­tés­tame. Aun cuando me entere de que tu tam­bién habías pecado, tal vez me sen­ti­ría toda­vía más unido a ti. De todos modos, te amo. Te he escrito y dicho cosas que mi orgu­llo nunca me per­mi­ti­ría decir de nuevo a nin­guna mujer.

Mi que­rida Nora, estoy jadeando de ansia por reci­bir tus res­pues­tas a estas sucias car­tas mías. Te escribo a las cla­ras, por­que ahora siento que puedo cum­plir mi pala­bra con­tigo. No te enfa­des, cariño, que­rida Nora, mi flo­re­ci­lla sil­ves­tre de los setos. Amo tu cuerpo, lo añora, sueño con él.

Háblenme que­ri­dos labios que he besado con lágri­mas. Si estas por­que­rías que he escrito te ofen­den, hazme recu­pe­rar el jui­cio otra vez con un lati­gazo, como has hecho otras veces. ¡Me gustaría que me flagelaras, Nora, amor mío! Me encantaría haber hecho algo que te desagradara, algo insignificante incluso, tal vez una de mis costumbres bastante indecentes que te hacen reír; y después oír que me llamas a tu habitación y encontrarte sentada en un sillón con tus gruesos muslos separados y la cara roja como un tomate de ira y un bastón en la mano. ¡Qué Dios me ayude!

Te amo Nora, y parece que tam­bién esto es parte de mi amor. ¡Per­dó­name! ¡Perdóname!

JIM

4 de diciembre de 1909 – 44 Fontenoy Street, Dublín

Mi Dulce y pícara putita, aquí te mando unos billetes para que te com­pres bragas o medias o ligas. Com­pra bragas de puta, amor, y no dejes de rociar­las con un per­fume agra­da­ble y tam­bién des­co­lo­rea­las un poquito por detrás.

Pare­ces inquieta por saber que aco­gida di a tu carta, que, según dices, es peor que la mía. ¿Cómo que es peor que la mía, amor? Sí, es peor en una o dos cosas. Me refiero a la parte en que dice lo que vas a hacer con la len­gua (no me refiero a chupármela) y a esa encan­ta­dora pala­bra que escri­bes con tan gran­des letras y sub­ra­yas, bri­bon­zuela. Es emo­cio­nante oír esa pala­bra (y una o dos más que no has escrito) en los labios de una mucha­cha. Pero me gus­ta­ría que habla­ras de ti y no de mí. Escríbeme una carta muy larga, llena de esas otras cosas, sobre ti, que­rida. Ahora ya sabes cómo ponerme cachondo. Cuéntame hasta las cosas más míni­mas sobre ti, con tal de que sean obscenas, secre­tas y sucias. No escri­bas más. Qué todas las fra­ses estén lle­nas de pala­bras y sonidos inde­cen­tes e impú­di­cos. Es encan­ta­dor oírlos e incluso ver­los en el papel, pero los más inde­cen­tes son los más bellos. Las dos par­tes de tu cuerpo que hacen cosas sucias son las más deli­cio­sas para mí. Pre­fiero tu culo, que­rida, a tus tetas por­que hace esa cosa sucia. Amo tu coño no tanto porque sea la parte que jodo, sino por­que hace otra cosa sucia. Podría que­darme tum­bado todo el día mirando la pala­bra divina que escri­biste y lo que dijiste que harías con la len­gua. Me gus­ta­ría poder oír tus labios sol­tando entre chis­po­rro­teos esas pala­bras celes­tia­les, exci­tan­tes, sucias, ver tu cuerpo, soni­dos y rui­dos inde­cen­tes, sen­tir tu cuerpo retorciéndose debajo de mi, oír y oler los sucios y sono­ros pedos de niña haciendo pop pop al salir de tu bonito culo de niña des­nuda y follar, follar, follar y follar el coño de mi pícara y caliente putita eternamente.

Ahora estoy con­tento, por­que mi zorra de ojos salvajes me dice que le dé por el culo y que la folle por la boca y quiere des­abro­charme y sacarme el cipote y chu­parlo como un pezón. Más cosas y más inde­cen­tes que estas quiere hacer, mi pequeña y des­nuda folla­dora, mi pícara y ser­peante pequeña culea­dora, mi dulce e inde­cente pedorrita.

Bue­nas noches, putita mía, voy a tum­barme y a cascármela hasta que me venga. Escribe más cosas y más inde­cen­tes, que­rida. Hazte cos­qui­llas en el chochito, mientras escri­bes para que te haga decir cosas cada vez peo­res. Escribe las pala­bras inde­cen­tes con gran­des letras y subrá­ya­las y bésa­las y res­trié­ga­te­las un momento por tu dulce y caliente coño, que­rida, y tam­bién leván­tate las fal­das un momento y res­trié­ga­te­las por tu blanco culito pedorro. Haz más cosas así, si quie­res, y des­pués envíame la carta, mi que­rida putita de culo abierto y goloso. ¡Zorra de ojos salvajes!

JIM

P.D. Que­rida, acabo de correrme tres veces, por lo que he que­dado para el arras­tre. No se si podré ir hasta la ofi­cina de correos a primera hora, a pesar de que tengo tres car­tas por echar.

¡A la cama… a la cama!

¡Bue­nas noches, Nora mía!
Published by Manulenta
3 years ago
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